martes, 28 de marzo de 2017

MIGUEL HERNÁNDEZ: 75 años de su muerte

























Estamos acostumbrados a las celebraciones: buenas o malas, da igual. El caso es celebrar. El de hoy es uno de esos días: 28 de marzo. Día en que murió el poeta Miguel Hernández.
            Los políticos, en todos sus estamentos (cultural, económico, turístico) decidieron señalar este año –al cumplirse en él el 75 aniversario de la muerte del poeta- como Año de Miguel Hernández, volcándose todos los entes en la organización de actos para celebrar el evento. El evento: ¿la muerte? Cualquier excusa es buena si la cifra es redonda, y el 75 parece que lo es.
            Quienes, haciendo un loable ejercicio de voluntad hayan conseguido leer hasta aquí, ya estarán pensando que también cualquier excusa es buena para criticar, y no les faltará la razón. El caso es que estoy dolido con la vida que le dieron al poeta. Y también con la muerte que le dieron. Y con el silencio a que lo quisieron castigar, primero a él (objetivo cumplido), y luego a su obra (objetivo imposible de conseguir). Y aunque todo ha evolucionado –también las ideologías- pienso yo que mucho de lo que hay sigue siendo lo mismo (hay cosas que no cambian). Y que en medio de gente de buena voluntad, que lucha por reivindicar la presencia del poeta en nuestra sociedad, se han colado otros que, sin importarles un bledo el poeta, buscan el rédito político: la implantación del circo para atraer turistas. Es lo que hay, o así lo veo yo.
            En cualquier caso, y a pesar de todo lo dicho, sea bienvenida esta celebración. Quiérase o no, de ella siempre se podrán extraer fragmentos positivos. La poesía, aun asociada a la muerte, sigue siendo poesía. Y el poeta –Miguel Hernández- como absoluto protagonista, continuará cimentando su inmortalidad. Inmortalidad ganada a pulso con cada suspiro hecho poesía, con cada verso hecho vida.
            Recordémosle así: cada día. Desde que nació poeta y nos nutrió con su cálido aliento. ¿El 75 aniversario?: bien está. Pero también el 76, el 77 i todos los que cada uno consigamos alcanzar. Todos igual de importantes, igual de redondos. Todos, como sus versos, igual de bellos.

SONETO FINAL

            Por desplumar arcángeles graciales,
            la nevada lilial de esbeltos dientes
            es condenada la llanto de las fuentes
            y al desconsuelo de los manantiales.

            Por difundir su alma en los metales,
            para dar el fuego al hierro sus orientes,
            al dolor de los yunques inclementes
            lo arrastran los herreros torrenciales.

            Al doloroso trato de la espina,
            al fatal desaliento de la rosa
            y a la acción corrosiva de la muerte

            arrojado me veo, y tanta ruina
            no es por otra desgracia ni por otra cosa
            que por quererte y sólo por quererte.