miércoles, 19 de enero de 2011

Soledades















Velocidad, competencia, consumo... poder... Dominio del fuerte sobre el más débil. Prepotencia, ignorancia, desamor, soledad... Guerras y conflictos. Insolidaridad y tiranía. Efectivamente, éstas son algunas de las claves mediante las que funciona el mundo en que vivimos, pero, aunque ni siquiera las enumeradas son todas, no seríamos justos si no reconociéramos que hay otras muchas, totalmente contrarias a éstas, que convierten el mundo en habitable, aunque sólo sea en momentos puntuales. Frente a la velocidad, está la pausa, la contemplación, el sosiego; frente a la competencia desmedida que genera ambición descontrolada, está la serenidad y la templanza; frente a los abusos de poder y la prepotencia, está el anhelo de una justicia en la que no siempre creemos, pero que en ocasiones funciona; frente a las guerras y conflictos entre pueblos y naciones, está el testimonio de muchas personas amantes de la Paz; frente a la ignorancia, el deseo de saber; el ansia de amar, frente al desamor; y ante la soledad... Bueno, ésta tal vez exija una reflexión más amplia.

Es cierto que en un mundo superpoblado como el que vivimos, más aún en nuestro entorno, la sensación de sentirnos solos, representa una amenaza constante que, en ocasiones, nos impide ser felices. Tal vez la soledad no sea el peor de los males que podamos imaginar para la sociedad en su conjunto, sin embargo, sobre cada ser individual, los efectos pueden ser devastadores. La soledad supone un espanto añadido sobre todos los espantos con los que convivimos. Y a veces, este espanto añadido, es por sí solo suficiente para desequilibrar nuestra mente, para hacernos sentir desgraciados, para impedirnos afrontar otros temas, tal vez vitales en la lucha diaria por ser medianamente felices. Yo distinguiría, sin embargo, dos tipos de soledad, tal vez ninguno de ellos apetecible, aunque sí diferentes:

a) La soledad impuesta por diversas circunstancias: sociales, por problemas físicos, por fallecimientos, por desamor y abandono... En cualquier caso, la soledad impuesta y nunca deseada, supone una losa que lastra la convivencia de quien la sufre. No existen paliativos aceptables para quien siente sobre sí el peso del desamparo, en cualquiera de sus facetas.
b) La soledad asumida como un mal menor con el que hay que convivir, por las circunstancias que sean, y que se la afronta con determinación, sufriendo las consecuencias, pero anteponiéndole a ellas una fuerte dosis de coraje que hacen que se diluya su poder destructor.

En cualquier caso, ninguna es buena. La diferencia es que mientras una destruye los sueños, la otra puede convertirse en soportable, si se la sabe manejar. El problema está en que todo depende, fundamentalmente, de uno mismo. Y no siempre queremos, o podemos, elegir. La mente humana no es uniforme. Cada persona formamos un universo, y cada universo es distinto. Por eso, para llenar “y dirigir” estos universos, se inventan las religiones. Ellas se nutren de nuestras incapacidades y de nuestros miedos. Si no existiese el egoísmo; si la solidaridad fuera una constante en nuestras vidas; si nos aceptáramos unos a otros sin discriminaciones; si la libertad y el respeto absolutos existieran; si aceptáramos que somos vulnerables, que nacemos vivimos y morimos y que no hay nada –que nada puede haber- después de la muerte, ¿qué sentido tendrían las religiones?

Es por eso que yo, obviándolas a ellas, siempre busco en los poetas –inventores de palabras- la palabra justa que elimine mis momentos de oscuridad, ya que, como todos, también yo los tengo. Rafael Alberti puso a su amor este canto de esperanza. Sólo son palabras, pero son tan hermosas que invitan a soñar que aún todo es posible, que perfectamente los años pueden no ser hojas, sino flores. Que hay algo más, que nos puede hacer felices, pero que está en nosotros, y sólo de nosotros lo podemos esperar.

SABES TANTO DE MI
(De Rafael Alberti)

Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.
No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la melancolía
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer, sin que llegara el día.
Y luego, amor, y luego ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores
sin fin y no cerrada al sol por ningún muro.
Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado sino siempre futuro.