sábado, 5 de octubre de 2013

¿DE QUÉ SE RÍE?

Ayer acudí al ambulatorio de la Seguridad Social. Pretendía que la doctora que me atiende habitualmente, prorrogara el tratamiento que ella misma dictaminó para mí hace ya varios años. El dictamen que propició aquel tratamiento se basaba en una serie de radiografías –algunas de ellas realizadas por un extraño artilugio denominado de “Medicina Nuclear”-. Merced a aquella investigación la conclusión fue que mis rodillas sufrían un elevado grado de desgaste, lo que aconsejaba, previniendo males mayores, un tratamiento crónico que mantuviera a raya la erosión. Ayer, sin embargo, sin mediar ningún tipo de investigación facultativa, el ORDENADOR ordenó a la doctora la paralización del tratamiento. A mí esto, la verdad, me da mucho miedo y no paro de hacerme preguntas como ésta: ¿Qué sabe el ordenador del estado de mis rodillas? Que no sepa nada es grave, pero creo que aún me asusta más pensar que sí que lo sabe. Que el ordenador es ese Gran Hermano que nos vigila y que se ocupa de nosotros, no por nuestro bien, sino para su propio beneficio. Que está presente cuando dormimos para capturar nuestros sueños, cuando comemos para analizar nuestros alimentos, cuando fornicamos para calibrar nuestra virilidad, e incluso cuando defecamos, para comprobar que nuestro organismo está dentro de “su” orden. Desde ayer, cada vez que abro la puerta de mi casa, permanezco unos segundos al acecho por si percibo alguna señal y miro, hasta debajo de las camas, por si algún cable ha quedado a la vista. Sé que no voy a descubrir nada, que son listos, muy listos, y dejan pocas cosas al azar, pero el miedo me juega a veces esas malas pasadas. Lo tristemente cierto es que, merced al dictamen del Gran Hermano, con conocimiento de causa o sin él, a partir de ahora mis rodillas tendrán que navegar solas. Él lo ha decidido así. Yo no sé si es el ordenador quien lo dirige todo, incluso a los gobernantes, o si son estos quienes dirigen al ordenador. Literariamente me gustaría creer en lo primero, pues siempre habría un rayo de esperanza en el ser humano para enfrentarse más pronto que tarde a los maquiavélicos planes de la máquina. Pero en la práctica cada vez cobra más cuerpo la segunda hipótesis. Uno todavía oye y ve cosas. Una ministra dijo, no hace mucho, que saldríamos de esta crisis con la ayuda de la Santísima Virgen. Y yo miro y escucho a estos ministros, y cada día creo menos en ellos y en la Santísima Virgen. Problemas de la edad, seguramente. De los que manejan el dinero –que parece que es lo que más importa- don Luis de Guindos no me merece mucha confianza. Su rostro torvo y adusto parece proclive a transmitir desgracias. Pero está el otro: el abuelito bueno que a todos nos hubiera gustado tener, el que todo lo arregla con una sonrisa, don Cristóbal Montoro. Con su talante, los palos y recortes con que “nos obsequia”, pierden aparentemente su virulencia. Luego nos damos cuenta que nos duelen igual o más, pero es que, al verlo sonreír con esa carita de hombre bueno, no podemos menos que sentirnos agradecidos. Gracias –entre otros- a él, el próximo invierno se presenta jodido para mis rodillas, pero viéndole no puedo culparle. Su sonrisa me atrapa, me transporta a la dimensión en que todo es comprensible y perdonable. ¡Qué sonrisa tiene don Cristóbal! Pero, ¿sabéis? No sé de qué se ríe. ¿Se ríe con nosotros o de nosotros? ¿Esa sonrisa es realmente suya o, juntamente con el gesto torcido de de Guindos, han sido creadas por el Gran Hermano utilizando hábilmente el Photoshop? Yo no lo sé. Cada vez sé menos cosas. Por eso siempre busco el apoyo de los poetas. Creo que en ellos, aunque sirva de bien poco a efectos prácticos, se encuentra la verdad protegida de la vigilancia del ordenador. Ellos ofrecen la palabra justa... y limpia. Ya hace años, Mario Benedetti escribía este poema que yo hoy, con la amenaza del ordenador pesando sobre mis rodillas, quiero dedicarle a don Cristóbal Montoro, el de la sonrisa propia... o no.
 
¿De qué se ríe?

En una exacta
foto del diario
señor ministro
del imposible
vi en pleno gozo
y en plena euforia
y en plena risa
su rostro simple

seré curioso
señor ministro
de qué se ríe
de qué se ríe

de su ventana
se ve la playa
pero se ignoran
los cantegriles
tienen sus hijos
ojos de mando
pero otros tienen
mirada triste

aquí en la calle
suceden cosas
que ni siquiera
pueden decirse
los estudiantes
y los obreros
ponen los puntos
sobre las íes

por eso digo
señor ministro
de qué se ríe
de qué se ríe

usté conoce
mejor que nadie
la ley amarga
de estos países
ustedes duros
con nuestra gente
por qué con otros
son tan serviles

cómo traicionan
el patrimonio
mientras el gringo
nos cobra el triple
cómo traicionan
usté y los otros
los adulones
y los seniles

por eso digo
señor ministro
de qué se ríe
de qué se ríe

aquí en la calle
sus guardias matan
y los que mueren
son gente humilde
y los que quedan
llorando de rabia
seguro piensan
en el desquite

allá en la celda
sus hombres hacen
sufrir al hombre
y eso no sirve
después de todo
usté es el palo
mayor de un barco
que se va a pique

seré curioso
señor ministro
de qué se ríe
de qué se ríe.