viernes, 29 de julio de 2011

ELCHE CON MIGUEL HERNANDEZ



“Me llamo barro, aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame”.


No es fácil ser poeta y lograr que - aun teniendo sus versos una calidad contrastada- la obra obtenida sea aceptada por toda la sociedad en su conjunto sólo por lo que es, sin tener en cuenta a la hora de valorar el factor intelectual, las circunstancias en que se produjo, que no siempre se podrán obviar, aunque sólo sea por decencia. Y aún más, si el poeta es sincero, si se limita a transmitir “su realidad”, la que ha condicionado su vida y, por añadidura, su poesía y ésta muestra con descarnada claridad episodios que tal vez “algunos” prefirieran olvidar. La lengua del poeta, puede que manche cuanto lame, pero también impregna la parte lamida de una pátina de realidad, de cultura, de memoria. El poeta es un contador de emociones, pero también de historias. Emoción e historia se funden para penetrar en la conciencia de las gentes. Éste es un hecho que quienes han querido mandar (que no servir) siempre han odiado. La letra escrita ha sido temida, perseguida y masacrada cada vez que el poder se ha sentido amenazado por ella. Amenazado por la letra: es tan absurdo... o no. El poderoso que ha querido someter y servirse de cualquier pueblo, lo hace más fácilmente si este pueblo es ignorante, si la palabra escrita no le llega, si se haya alejado de la poesía. La historia está llena de episodios vergonzantes donde los poetas son perseguidos, sus obras prohibidas, los libros quemados... Triste historia que parece que no se olvida, o que el rencor (o la ignorancia) se empeñan en que continúe vigente.

El año 2010 se celebró en buena parte del mundo, el Centenario de un poeta muy nuestro: Miguel Hernández, nacido en Orihuela el día 30 de octubre de 1910. Ya antes de que lo considerásemos “nuestro”, su obra había sido reconocida y valorada fuera de las fronteras de España; aquí fue prohibida. Sólo vivió treinta años, pero esto no importó a quienes se sentían incómodos al verse “retratados” por una voz que no lograron extinguir y que llegaba, de algún modo, a las conciencias de la gente, tal vez más sensible, pero que se iba expandiendo. Con el paso del tiempo, sin embargo, lo obvio parecía que había superado el rencor, y los poemas, recitados y cantados pasaron a formar parte de nuestro patrimonio cultural. Comenzaba a hacerse justicia, era lo mínimo que cabía esperar. En Elche vivieron su esposa, Josefina Manresa y su hijo, Manuel Miguel. Fruto de esta vivencia, Elche gozó desde entonces de la posibilidad de disponer de buena parte de la obra del poeta. El legado parecía que por fin iba a quedar aquí, para mayor gloria de la ciudad. Pero no, no va a ser así. Ahora nos hablan de crisis y de dinero... Tres millones de euros, parece que tienen la culpa de todo. ¿Es mucho dinero, tres millones de euros? ¿Es mucho dinero, para que Elche, que siempre se sintió solidaria con el poeta, pueda gozar en su seno de un legado tan valioso? ¿En base a qué, se valoran las cosas? ¿Cuál es el precio de la cultura? ¿Sólo de pan vive el hombre? Es muy difícil –para mí lo es- hablar de poesía asociada al dinero. ¿Cómo se valora la cultura: por cientos de palabras, o tal vez por quilos de legajos? No consigo entenderlo.

En el año 2010, gracias a Miguel Hernández, el nombre de Elche fue reconocido en buena parte del mundo. La ciudad hizo un esfuerzo que no fue gratuito, claro que no, pero que la hizo más grande, más conocida, más hermosa. La ciudad de la Dama, del Misteri, de las Palmeras, fue la ciudad de Miguel Hernández, la sede de su universidad, la depositaria de su patrimonio... Un patrimonio que ahora no sólo es rechazado sino que también parece ser despreciado. Y Elche se va a empequeñecer, se va a vulgarizar... pero va a disponer de tres millones de euros más con que pagar... vaya usted a ver qué. Ojalá esta decisión se reconsidere y podamos, de nuevo, sentirnos orgullosos de ser la ciudad –el pueblo- de acogida de Josefina Manresa y del legado de un poeta que, ni aún muerto, puede dejar de sentirse perseguido y humillado.

jueves, 14 de julio de 2011

VERSOS DEL PUEBLO



Existen una enorme cantidad de versos que representan una buena parte del acerbo cultural de varias generaciones y que, transmitidos fundamentalmente de boca a oreja, han quedado alojados en la memoria del pueblo, quien, en muchas ocasiones, incluso desconoce el nombre de sus autores y que, independientemente de llevar implícita toda la sensibilidad que sólo la poesía es capaz de mostrar, en cada uno de ellos se contiene una historia, una vivencia concreta. Son versos que nos recuerdan otra España: en blanco y negro y con sabor a pan con chocolate (cuando lo había), que eran recitados –o cantados, convertidos en copla- por nuestras madres y abuelas y que, en cualquier caso, significaron los inicios de muchos de nosotros en el hermoso paisaje de la Poesía. Recitar hoy estos poemas, recordando, como es de justicia, el nombre de sus autores, implica rendirles el justo homenaje que se merecen, y ofrecer una nueva oportunidad para que su eco no decrezca en el viento de la vida y puedan continuar prevaleciendo en la memoria popular de las nuevas generaciones. Por esta Memoria Histórica que tanto necesitamos para recordar quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes pretendemos llegar a ser, con todos los derechos y con toda la calidad que atesoran estos –en ocasiones mal llamados- versos populares.

LA COPLA
(Manuel Machado)

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.