martes, 14 de octubre de 2008

VOLVER



Falta justamente una semana para que nos reincorporemos a la universidad. Otra vez, la imagen del poeta, con los brazos abiertos y "alto de mirar a las palmeras", nos va a recibir y a brindarnos la posibilidad de acceder hacia caminos de cultura, de convivencia y de amistad. Quienes iniciamos el segundo curso -por lo que yo sé y por lo que yo siento- estoy seguro de que lo haremos con un talante diferente al año anterior. Ahora ya nos conocemos todos. Los fantasmas de la timidez y el miedo, que son alimentados por el desconocimiento del medio, han desaparecido. A la experiencia de nuestros años de vida, hemos de añadirle la experiencia acumulada en el curso anterior. A lo aprendido en las diferentes clases y seminarios, es necesario añadir el magnífico resultado que para un gran número de nosotros supuso el recital de poesías "Me llamo barro", en el que, además de conocer mejor a Miguel Hernández -nuestro poeta- nos conocimos mejor a nosotros mismos, supimos que éramos capaces de hacer "algo más" y -sobre todo- no marcamos un límite, sino un inicio. De tal modo que este año llegamos ansiosos por continuar, por seguir avanzando. Y esperanzados en que la entidad -"nuestra" universidad- nos siga abriendo puertas en todos los sentidos, ya que nosotros estamos dispuestos a entrar por ellas.

Volvemos también con una pequeña -o no tan pequeña- preocupación. Sabemos que aún podemos ser útiles a la sociedad en muchos aspectos. Por eso, no acabamos de entender que se nos ofrezca un caramelo en forma de curso que sólo dura dos años de ocho meses y que luego queda en poco menos de nada. La institución debería plantearse este problema. Mientras las Aulas de la Experiencia están activas, se aprovecha a sus integrantes para que, con su presencia, apoyen otros eventos -importantes, sin duda- de los que los estudiantes jóvenes parecen huir, a pesar de los créditos que se les ofrecen a cambio de su asistencia. Y es que "los estudiantes" de las Aulas de la Experiencia acudimos con hambre de aprender y vocación de servir. No es de recibo que se nos diga que podemos empezar de nuevo el curso tantas veces como sea necesario. No vamos a la universidad para "estar". Los cursos deberían ser más extensos y con otros objetivos. Y, al resto de actividades, entre las que incluimos nuestros recitales, habría que darles la importancia y el apoyo que requieren y -sobre todo- garantizar su continuidad.

Con nuestras inquietudes y nuestras esperanzas, el próximo martes, 21 de octubre, volvemos a la universidad, donde todavía, en los pasillos y en las aulas, podrán oírse los ecos de nuestras voces -tal vez inseguras, al ser nuestra primera vez- recordando los versos que escribió Miguel Hernández, el poeta que da nombre y prestigio a nuestra universidad:

Por una senda van los hortelanos,
que es la sagrada hora del regreso,
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción, y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.

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