sábado, 14 de mayo de 2016

HA MUERTO UN AMIGO, SE HA ROTO UN PAISAJE

            El pasado martes, 10 de mayo de 2016, murió ANTONIO GARCÍA. Y ya nada es igual en la Asociación Cultural Caminos. Como en las ciudades, o en cualquier rincón, da igual si transitado o recóndito, si desaparece un árbol o un edificio o una seña emblemática que lo caracterizara, el paisaje se rompe, como se rompe el alma de quienes añoraran la presencia de lo que ya nunca estará allí. Antonio se fue discretamente, del mismo modo que vivió con nosotros. Y con nosotros estuvo desde el principio, y aun antes. Él nunca recitó ni hizo teatro, ¿qué pintaba, pues, en este grupo? Sin embargo nunca desentonó, y cuando acudíamos a un ensayo, si no estaba, se notaba su ausencia. Nunca dirigió un recital, pero estaba allí, no para brillar deslumbrando a nadie, sino para ayudar tan discretamente que apenas se notaba, pero era hermoso verlo involucrarse, sentirse parte de cada proyecto, ser uno más con quien se podía contar para lo que hiciera falta. Finalmente fue “el técnico”, sin importar demasiado qué hiciera ni cómo lo hiciera. Hay un montón de anécdotas que se podrían contar, pero esto queda en el recuerdo personal de cada uno, para provocarnos al evocarlas una sonrisa de añoranza. Han sido las vivencias en su conjunto lo realmente importante, las emociones que en estos años hemos compartido. Yo sé que él vivió cada recital, cada avatar de esta asociación, como algo propio, quizás con más intensidad que otros que asumíamos un papel actoral. Y me consta porque lo hablé con él, y me siento orgulloso y muy afortunado por haber merecido su amistad y por no tener que buscar ahora palabras huecas para llenar este espacio. No es preciso. Sólo poner el recuerdo real es suficiente.
            En su funeral, en la Basílica de Santa María, intentamos recitar la Elegía, de Miguel Hernández, pero el sacerdote no lo permitió. Da igual –pensamos- pero no es cierto: no da igual. Antonio ya no podría escucharla, es cierto, pero se merecía ese pequeño homenaje que en otras circunstancias seguro que le hubiera entusiasmado y emocionado. Una vez más, topamos con la iglesia. Esta muestra de intransigencia, sin embargo, la dejamos a un lado –no olvidada sino aparcada- para centrarnos en nuestro personal y particular adiós al amigo que nos ha dejado ahora un paisaje incompleto. Nos queda, eso sí, el saber que nunca morirá del todo mientras nosotros vivamos, que siempre habrá en nuestro grupo, un espacio para él. Y le digo hasta luego ahora con unas palabras de Miguel Hernández que estoy seguro que podríamos compartir, y que honestamente nadie puede prohibirme que diga:

“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero”.