lunes, 24 de octubre de 2011

Tropezar dos veces...


Sé que no somos perfectos, faltaría más. Sé que, como humanos que somos, estamos sujetos a la posibilidad de equivocarnos, de confundir con negro lo que sólo era gris. Sí, muchas veces nos equivocamos y, como justificación, solemos decir que es de humanos equivocarse. Es este un tópico al que nos aferramos para disimular nuestra incapacidad. Pero no sería justo pensar que todo lo humano es sinónimo de imperfecto. Tenemos la capacidad de crear y también la de aprender de nuestros propios errores, para que estos no vuelvan a suceder. Reiterarnos más de una vez en el mismo error, sí que significa estar abonados a la estupidez o, al menos, tener muchas opciones a ella. Y digo “estupidez” por emplear un término amable y que no comprometa demasiado. Analicemos ahora dos hechos que pueden suponer para una ciudad –y por lo tanto para sus habitantes- el tropezar dos veces con la misma piedra, demostrando una consistencia mental muy poco recomendable (sé que muchos, justamente, podrán sentirse ofendidos por esta afirmación, pero los hechos son los que son, y con ellos se escribe la historia de un pueblo. Y la historia, desgraciadamente sólo analiza los hechos en su conjunto, y no a tiende a la capacidad moral de las personas que no estuvieron de acuerdo con estos ellos, o que no tuvieron cualidades o posibilidades para impedirlos).

Hace ya muchos años, la ciudad de Elche saltó a la palestra de las noticias relevantes: un modesto agricultor, realizando sus tareas en el campo, había encontrado un busto excepcional, que a través de los siglos la tierra se había encargado de custodiar: La Dama de Elche. Ya se ha hablado mucho de esto, y lo han hecho personas infinitamente más cualificadas que yo. La historia está escrita y, por suerte, al alcance de todos quienes quieran conocerla. Este busto, al que se le dio el nombre de Elche, fue entonces vendido, tal vez porque se desconocía su auténtico valor que, poco a poco, fue siendo patente. Por suerte, España consiguió recuperarlo, pero Elche –en concreto- no. La Dama, con el nombre de Elche, una señal inequívoca de la identidad de este pueblo, sólo ha venido aquí de visita y... gracias. Políticos e intelectuales han puesto muchas veces el grito en el cielo ante lo que en ocasiones afirman, es una injusticia. “La Dama a Elche”, fue una reivindicación que puso, hace unos años, en pie a todo el pueblo. “Que vuelva a Elche su Dama”, dicen los versos de una conocida habanera. “Tiene su alma altruista / tiene su Dama universal”, cantamos siempre en otra querida habanera: “Aromas ilicitanos”, elevada al rango, me atrevería a decir, de segundo himno de la ciudad. Sin embargo, lo cierto es que aparte de los versos emotivos de estas u otras canciones o de las demagógicas soflamas de intelectuales políticos con discurso interesado, el hecho incuestionable es que la Dama de Elche no está en Elche porque en su día fue vendida, porque el pueblo no supo apreciar su valor, porque los
propietarios estimaron más el dinero que percibieron que el caudal de historia y de cultura del que se desprendieron y del que despojaron a la ciudad. Aquel fue un error que no debería volver a producirse por el bien de la ciudad. Pero, por desgracia, parece que la lección no se ha aprendido. Y, de nuevo, volvemos a tropezar con la misma piedra.

Hace unos años, Josefina Manresa, viuda del insigne poeta oriolano Miguel Hernández, vino a vivir a Elche. Con ella trajo un enorme caudal de material del poeta: cartas, versos, libros, fotografías... Todo un legado de incuestionable valor que intelectuales y políticos de la ciudad consiguieron de la viuda que los depositara aquí. Más tarde, al celebrarse el centenario del nacimiento del poeta, sus herederos y el consistorio municipal firmaron un contrato que había de convertir a la ciudad, durante al menos veinte años más, como depositaria del legado, al tiempo que ésta –la ciudad- se vería enriquecida con la creación de un Centro de Estudios Hernandianos que contribuiría, fundamentalmente, a elevar su nombre y su categoría, como así ha sido a lo largo de todas las actuaciones: congresos, exposiciones, conciertos... que se han realizado en toda España y en muchos otros países durante el año 2010 (año del centenario). Si ya lo estuvo mucho antes, durante este tiempo Elche ha estado vinculada al poeta. Y ha crecido en la medida que se le rendían infinidad de homenajes. La Universidad, con sede central en Elche, lleva con toda justicia el nombre de Miguel Hernández. Hoy puede decirse con toda claridad que la injusticia que se cometió con Miguel Hernández, estaba siendo reparada. Pero Elche ha vuelto a tropezar. Las autoridades municipales, al socaire de la crisis económica, han anulado el contrato firmado y han arrojado el legado de Miguel Hernández fuera de la ciudad. Hoy, ya todos sabemos, por desgracia, que lo de la crisis económica es un hecho incuestionable. ¿Pero lo es hasta el punto de que para este tema que nos ocupa no pueda haber ningún tipo de solución? Parece ser (así se desprende de lo que uno ve, escucha y lee) que a las autoridades municipales no les interesa lo más mínimo el legado de Miguel Hernández. En sus declaraciones públicas se aprecia –parece apreciarse- desprecio, e incluso odio. Más que de una medida anticrisis, esto se asemeja a una revancha. Insisto, digo que todo parece. Pero los hechos son los que son, como en el caso de la Dama. Mientras tanto el pueblo no sabe, no reacciona. Seguramente no tendrán que pasar muchos años para empiecen a levantarse voces que pidan el retorno del legado. Pero, como en el caso de la Dama, lo más probable es que para entonces sea tarde. Una vez más se habrá perdido la oportunidad de vincular a Elche –de un modo real- con un o unos elementos de esos que engrandecen el nombre de una ciudad. Antes fue la escultura y la historia. Ahora es la poesía y la historia. Y Elche, aunque crezca en extensión, seguirá empequeñeciéndose en su categoría. Y todo esto por dinero y por ignorancia. Por interese de unos y dejadez de otros. Tropezó dos veces con la misma piedra. Y dicen que no hay dos sin tres.

sábado, 8 de octubre de 2011

Assumiràs la veu d'un poble


És el 9 d’Octubre, la Festa Nacional del País Valencià (ara anomenat, per obra i gràcia dels polítics “Comunitat Autònoma Valenciana”). Per fi tenim un dia –i gràcies- en que tothom s’esforça per parlar un idioma –el valencià- menyspreat fins pels propis valencians, que el tenim com una parla de casa, i no ens atrevim ni tan sols a parlar-lo quan anem a una botiga o una oficina municipal. Ens val només, als que més o menys el parlem, per somniar. La meua generació vam ser educats en els principis de què el castellà era el idioma oficial d’Espanya, l’únic idioma que calia estimar i defensar. Així, el valencià va anar quedant arrumbat a la cambra on es guarden eixes coses que no tenen una utilitat pràctica. Els mestres, ens deien que havíem de parlar sempre castellà, per què tots ens poguessin entendre. De tal manera què, en parlar valencià, acostumem a demanar perdó als que no saben –o no han volgut saber- el nostre idioma. Fruit d’eixa educació, és la nostra forma de ser i de sentir el idioma a hores d’ara. Només fa uns dies, vaig assistir a un dels actes que, per a commemorar el 9 d’Octubre, es celebren al poble on visc. Es tractava de la projecció de la pel•lícula “Pa negre”. Els organitzadors –persones cultes i que diuen estimar la nostra llengua- demanaren disculpes per què la pel•lícula estava gravada en català. Fis eixa situació hem arribat.

En aquest dia del País Valencià, jo em prenc la llibertat d’escriure en aquest “blog” amb el meu idioma, els què els meus pares em parlaren des què vaig nàixer, la llengua en que parlava als meus avis, als meus germans i a molts dels meus amics. Una llengua menyspreada pels governants i que a l’escola ens fou segrestada. Una llengua què –cal dir-ho- mai no hem sabut defensar ni estimar com calia fer-ho. Em sento responsable de la meva manca d’empenta en aquest sentit. Avui escric en valencià i em sento orgullós de fer-ho.

És una llengua, malgrat tot, que ha valgut –i continua valent- per què escriptors i poetes expressen els sentiments més valuosos. És la llengua d’un poble: del meu poble. És la meua llengua.

Vicent Andrés Estellés, poeta valencià nascut a Burjassot l’any 1924, deixà constància del seu amor per aquesta llengua, en el següent poema:

ASSUMIRÀS LA VEU DÙN POBLE

Assumiràs la veu d’un poble
i serà la veu del teu poble
i seràs, per a sempre, poble,
i patiràs i esperaràs,
i aniràs sempre entre la pols,
et seguirà una polseguera.

I tindràs fam i tindràs set,
no podràs escriure els poemes
i callaràs tota la nit
mentre dormen les teues gents,
i tu sols estaràs despert,
i tu estaràs despert per tots.
No t’han parit per a dormir:
et pariren per a vetlar
en la llarga nit del teu poble.

Tu seràs la paraula viva,
la paraula viva i amarga.
Ja no existiran les paraules
sinó l’home assumint la pena
del seu poble, i és un silenci.
Deixaràs de comptar les síl•labes,
de fer-te el nus de la corbata:
seràs un poble, caminant
entre una amarga polseguera,
vida amunt i nacions amunt,
una enaltida condició.

No tot serà, però, silenci.
Car diràs la paraula justa,
la diràs en el moment just.
No diràs la teua paraula
amb voluntat d’antologia,
car la diràs honestament,
iradament, sense pensar
en ninguna posteritat
com no sia la del teu poble.

Potser et maten o potser
se’n riguen, potser et delaten;
tot això són banalitats.
Allò que val és la consciència
de no ser res sinó s’és poble.
I tu, greument, has escollit.

Després del teu silenci estricte,
camines decididament.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Mario Benedetti (Recital)

El 28 de Octubre, en el Aula de Cultura de Santa Pola, tendremos la oportunidad de encontrarnos de nuevo con las palabras y las emociones de Mario Benedetti. Una nueva oportunidad para aprender... y para sentir. Para todos nosotros, los que con evidente osadía, hemos decidido poner nuestra voz para este evento, representa una enorme responsabilidad, pero también un gran privilegio. Nutrirnos con sus emociones, por unos breves instantes hacerlas nuestras y tratar de extenderlas hacia el público que acuda a escucharnos, nos hará sin duda ser mejores, sentirnos mejores. Tal vez siempre ha sido igual, pero si hablamos ahora del tiempo que estamos viviendo, donde todo se valora con guarismos económicos, hablar de un poeta -y aún más, de un poeta de la grandeza y la humanidad de Mario Benedetti- es un auténtico ejercicio de libertad, de solidaridad: de HUMANIDAD. Cuando seamos conscientes de que la economía no lo es todo, que ni siquiera es lo primero, el ser humano habrá dado un gran paso, tan grande que lo hará, no sentirse falsamente, sino ser realmente el protagonista de una vida mejor, de un mundo mejor.

TRUEQUE

Me das tu cuerpo Patria y yo te doy mi río
tú noches de tu aroma / yo mis viejos acechos
tú sangre de tus labios / yo manos de alfarero
tú el cesped de tu vértice / yo mi pobre ciprés
me das tu corazón ese verdugo
y yo te doy mi calma esa mentira
tú el vuelo de tus ojos / yo mi raíz al sol
tú la piel de tu tacto / yo mi tacto en tu piel
me das tu amanecida y yo te doy mi ángelus
tú me abres tus enigmas / yo te encierro en mi azar
me expulsas de tu olvido / yo nunca te he olvidado
te vas te vas te vienes / me voy me voy te espero.

Viernes, 28 de Octubre de 2011. 7 de la tarde.
Casa de Cultura de Santa Pola.
BENEDETTI - El fantasma del Jardín Botánico.
Asociación Cultural "Caminos".

viernes, 29 de julio de 2011

ELCHE CON MIGUEL HERNANDEZ



“Me llamo barro, aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame”.


No es fácil ser poeta y lograr que - aun teniendo sus versos una calidad contrastada- la obra obtenida sea aceptada por toda la sociedad en su conjunto sólo por lo que es, sin tener en cuenta a la hora de valorar el factor intelectual, las circunstancias en que se produjo, que no siempre se podrán obviar, aunque sólo sea por decencia. Y aún más, si el poeta es sincero, si se limita a transmitir “su realidad”, la que ha condicionado su vida y, por añadidura, su poesía y ésta muestra con descarnada claridad episodios que tal vez “algunos” prefirieran olvidar. La lengua del poeta, puede que manche cuanto lame, pero también impregna la parte lamida de una pátina de realidad, de cultura, de memoria. El poeta es un contador de emociones, pero también de historias. Emoción e historia se funden para penetrar en la conciencia de las gentes. Éste es un hecho que quienes han querido mandar (que no servir) siempre han odiado. La letra escrita ha sido temida, perseguida y masacrada cada vez que el poder se ha sentido amenazado por ella. Amenazado por la letra: es tan absurdo... o no. El poderoso que ha querido someter y servirse de cualquier pueblo, lo hace más fácilmente si este pueblo es ignorante, si la palabra escrita no le llega, si se haya alejado de la poesía. La historia está llena de episodios vergonzantes donde los poetas son perseguidos, sus obras prohibidas, los libros quemados... Triste historia que parece que no se olvida, o que el rencor (o la ignorancia) se empeñan en que continúe vigente.

El año 2010 se celebró en buena parte del mundo, el Centenario de un poeta muy nuestro: Miguel Hernández, nacido en Orihuela el día 30 de octubre de 1910. Ya antes de que lo considerásemos “nuestro”, su obra había sido reconocida y valorada fuera de las fronteras de España; aquí fue prohibida. Sólo vivió treinta años, pero esto no importó a quienes se sentían incómodos al verse “retratados” por una voz que no lograron extinguir y que llegaba, de algún modo, a las conciencias de la gente, tal vez más sensible, pero que se iba expandiendo. Con el paso del tiempo, sin embargo, lo obvio parecía que había superado el rencor, y los poemas, recitados y cantados pasaron a formar parte de nuestro patrimonio cultural. Comenzaba a hacerse justicia, era lo mínimo que cabía esperar. En Elche vivieron su esposa, Josefina Manresa y su hijo, Manuel Miguel. Fruto de esta vivencia, Elche gozó desde entonces de la posibilidad de disponer de buena parte de la obra del poeta. El legado parecía que por fin iba a quedar aquí, para mayor gloria de la ciudad. Pero no, no va a ser así. Ahora nos hablan de crisis y de dinero... Tres millones de euros, parece que tienen la culpa de todo. ¿Es mucho dinero, tres millones de euros? ¿Es mucho dinero, para que Elche, que siempre se sintió solidaria con el poeta, pueda gozar en su seno de un legado tan valioso? ¿En base a qué, se valoran las cosas? ¿Cuál es el precio de la cultura? ¿Sólo de pan vive el hombre? Es muy difícil –para mí lo es- hablar de poesía asociada al dinero. ¿Cómo se valora la cultura: por cientos de palabras, o tal vez por quilos de legajos? No consigo entenderlo.

En el año 2010, gracias a Miguel Hernández, el nombre de Elche fue reconocido en buena parte del mundo. La ciudad hizo un esfuerzo que no fue gratuito, claro que no, pero que la hizo más grande, más conocida, más hermosa. La ciudad de la Dama, del Misteri, de las Palmeras, fue la ciudad de Miguel Hernández, la sede de su universidad, la depositaria de su patrimonio... Un patrimonio que ahora no sólo es rechazado sino que también parece ser despreciado. Y Elche se va a empequeñecer, se va a vulgarizar... pero va a disponer de tres millones de euros más con que pagar... vaya usted a ver qué. Ojalá esta decisión se reconsidere y podamos, de nuevo, sentirnos orgullosos de ser la ciudad –el pueblo- de acogida de Josefina Manresa y del legado de un poeta que, ni aún muerto, puede dejar de sentirse perseguido y humillado.

jueves, 14 de julio de 2011

VERSOS DEL PUEBLO



Existen una enorme cantidad de versos que representan una buena parte del acerbo cultural de varias generaciones y que, transmitidos fundamentalmente de boca a oreja, han quedado alojados en la memoria del pueblo, quien, en muchas ocasiones, incluso desconoce el nombre de sus autores y que, independientemente de llevar implícita toda la sensibilidad que sólo la poesía es capaz de mostrar, en cada uno de ellos se contiene una historia, una vivencia concreta. Son versos que nos recuerdan otra España: en blanco y negro y con sabor a pan con chocolate (cuando lo había), que eran recitados –o cantados, convertidos en copla- por nuestras madres y abuelas y que, en cualquier caso, significaron los inicios de muchos de nosotros en el hermoso paisaje de la Poesía. Recitar hoy estos poemas, recordando, como es de justicia, el nombre de sus autores, implica rendirles el justo homenaje que se merecen, y ofrecer una nueva oportunidad para que su eco no decrezca en el viento de la vida y puedan continuar prevaleciendo en la memoria popular de las nuevas generaciones. Por esta Memoria Histórica que tanto necesitamos para recordar quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes pretendemos llegar a ser, con todos los derechos y con toda la calidad que atesoran estos –en ocasiones mal llamados- versos populares.

LA COPLA
(Manuel Machado)

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

viernes, 17 de junio de 2011

Fin de Curso



Quien desde la fotografía nos contempla con unos ojos en los que se refleja toda la curiosidad que su mente es capaz de sentir, es Maraca, una pequeña gata traviesa y juguetona que conocí en Madrid. Cada movimiento que se produce a su alrededor, es captado por su inquisitiva mirada y procesado de inmediato para darle sentido. Tal vez sus sensaciones estén limitadas a escasos registros: alegría y temor y puede que poco más. No sé si es suficiente para vivir. Puede que sí. Distinguir lo que es bueno; aprovecharlo para jugar y gozar. Rechazar lo que es malo, lo que nos ensucia la vida, lo que nos embrutece, lo que nos pervierte, lo que –en definitiva- nos puede perjudicar. No parece complicado, visto así, desde la luminosa mirada de un gato. Sin embargo, es tan fácil equivocarse, confundir el blanco con el gris o con un amarillo poco realzado... Confundir mal con bien y crear equívocos... y hacer daño... o recibirlo. O acertar y gozar momentos de alegría, de comprensión, de autoestima, de ilusión compartida, de Amistad que nos une gota a gota hasta formar un mar hermoso que nos hace sentir vivos, que nos nutre y nos mantiene a flote: que nos salva.

Tendría que explicar ahora por qué he escrito todo esto, pero no puedo. Ha surgido de forma espontánea, sin una clara motivación. En principio escogí la fotografía de Maraca porque en sus ojos –no sé si la hay- creí ver inocencia y mucha curiosidad. Y estas dos cualidades pretendí vincularlas al grupo de personas que formamos el colectivo “Caminos”. Un grupo que nos iniciamos en la poesía, creo que con mucha curiosidad e inocencia, y que ahora acabamos de cerrar el curso, aunque ya estamos imaginando proyectos para iniciar otro nuevo. Del mismo modo que un ser vivo nace y descubre y desentraña los misterios que le rodean, y crece, así nosotros hemos ido creciendo en el conocimiento de aquello que nos gusta y en la sensibilidad necesaria para interpretarlo y mostrarlo a nuestro entorno, a la parcela de sociedad que ha querido escucharnos. Así, hemos terminado el curso conociendo y dando a conocer a Mario Benedetti, una experiencia nueva que hemos sabido asimilar abriendo mucho los ojos –como la pequeña Maraca- y cada celda de nuestro cerebro. Y hemos avanzado y crecido (qué lejos quedan ya los inicios, en 2008). También hemos intentado mejorar nuestras técnicas interpretativas con el Taller de Teatro. Un taller que nos ha dejado hambre de más y que haremos lo posible por continuar. Nos lo pide nuestro sentido, nuestra gana de ser y de aprender. En septiembre, segunda parte. Y a continuar caminando y creciendo. Es la vida. Ojalá nunca perdamos –como los ojos de Maraca- esa luz que nos hace captar todo cuanto amamos. Que nos hace sentir libres.

martes, 17 de mayo de 2011

No te rindas



“Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos”.

En su “Elegía primera” a Federico García Lorca, con estas palabras manifestaba Miguel Hernández la sensación que se creaba tras la muerte de un poeta. Hoy, día 17 de mayo, se cumplen dos años desde que otro insigne cosechador de palabras nos dejara para siempre: Mario Benedetti. Sin embargo, pese al dolor que la muerte inevitablemente provoca y al desamparo en que nos deja a los que permanecemos aquí, lo cierto es que un poeta de esta talla jamás muere definitivamente. Su obra, sin duda, continua discurriendo en el lecho de la vida, letra a letra, palabra a palabra, impidiendo que su presencia se borre. Y no son recuerdos, sino realidades diarias. Dos años después de su muerte, Mario Benedetti continua vivo, totalmente presente en cada verso que se recita, en sus canciones, en sus relatos y, sin duda, sucederá exactamente igual dentro de cien años.

Nació en Paso de los Toros (Uruguay) el 14 de septiembre de 1920. Su vida se repartió en varios países: Uruguay, Argentina, Perú, Cuba, España... Sufrió en carne propia el exilio forzado de las dictaduras, pero nunca dejó de escribir: más de 80 libros (algunos de ellos traducidos a veinte idiomas). En su obra, además de poesía, contiene novela, cuentos, drama y ensayo, además de un buen número de discos. Es tal la magnitud de su legado y la impronta marcada en todo el mundo, que su presencia ha quedado garantizada para siempre, tal vez más que las pisadas de los dinosaurios que algunos pueblos se esfuerzan en conservar.

Sé que serán muchos los que hoy hablen de él. Y seguramente sus voces estarán muy por encima de esta mía, tan pequeña y humilde. Sin embargo, tal vez debido a un absurdo ramalazo de osadía, yo quiero dejar aquí constancia, en este modesto blog perdido en las entrañas de la red, de mi recuerdo –de nuestro recuerdo, compañeros de “Caminos”- hacia el maestro, que nos ha dejado en herencia los poemas que hoy nos sirven para ilustrar nuestros recitales (modestos, pero sentidos recitales). Y quiero pensar que si él hubiera conseguido escucharnos recitar, no se hubiera sentido defraudado. El pasado viernes, día 6 de mayo, en el Aula Magna de la Universidad Miguel Hernández, volvimos a darle voz a los poemas de Benedetti y su voz –asociada a la nuestra- se encontró sin duda con Miguel Hernández y se fundió con él en un abrazo emocionado y cómplice.

Siguiendo su consejo, vamos a intentar no salvarnos, para no quedar adocenados. Vamos a continuar gritándole a cada señor ministro “De qué se ríe”; vamos a suspirar de amor con “Corazón coraza” y, sobre todo, vamos a no rendirnos porque aún estamos a tiempo “de alcanzar y comenzar de nuevo”. Hoy, 17 de mayo, como siempre, o tal vez un poco más que siempre, sigue en nuestra memoria –siempre vivo- Mario Benedetti.

martes, 10 de mayo de 2011

Estados de ánimo


Los días van transcurriendo dentro de una tediosa mediocridad. El de hoy no es especial en este sentido. Por fin he conseguido poner la lavadora; la ropa está tendida en la terraza, ya completamente seca, esperando que yo acumule ánimos para subir a recogerla. Esto soluciona un problema y creará otro: la ropa ya estará limpia pero habrá que planchar parte de ella. El apartamento, por otra parte, continua acumulando suciedad de un modo sutil, pero implacable y sé que aún no estoy bien como para plantearme el limpiarlo. Mi pierna izquierda, después del último achaque, aunque apenas me duele, mantiene su rigidez impidiéndome caminar con soltura, impidiéndome planificar acciones que impliquen el mínimo esfuerzo, advirtiéndome a cada movimiento que puede castigarme con algo mucho peor si no le doy el reposo que me exige. Hasta que no ocurren estas cosas, uno no se da cuenta de qué modo el propio cuerpo puede erigirse en dictador, poniéndonos condiciones, cambiando nuestro modo de vida, impidiéndonos planificar como hubiésemos deseado. Mirando la calle, veo que hace un sol espléndido, y no puedo dejar de pensar cómo me gustaría caminar por el paseo, cerca de la mar, o bien por los senderos de la sierra, entre los pinos y barrancos. Cada día de primavera, sin salir de casa, parece un día perdido. Un día que se cuela por el inodoro impulsado por el agua que fragua nuestra frustración.

Sin embargo podría ser peor. Éste es el consuelo: podría ser peor. Enciendo el ordenador: reviso la correspondencia, elimino lo que no me interesa, respondo algún mensaje, entro en Facebook y procuro enterarme del estado de ánimo de la gente de mi entorno. Hago un crucigrama, leo un rato, preparo la comida y como, escucho la radio, duermo la siesta... En fin... son pequeñas cosas que me hacen sentir bien. Luego me ducharé (cuando recoja la ropa del tendedero), merendaré (serán cerca de las seis) y me iré a reunirme con mi compañera que me alegrará aún más la vida, pero que, si quiere pasear, deberá hacerlo sola, ya que yo todavía no puedo. Por todas estas cosas, debería dar gracias, aunque no sé a quién ni por qué. En cualquier caso debería sentirme satisfecho, ¿debería sentirme satisfecho? Tal vez sí, ya que podría ser peor. Pero desgraciadamente no lo consigo, al menos no lo consigo siempre. Mi estado de ánimo necesita nutrirse de otras rutinas o, al menos, gozar de libertad para escoger las que más me atraigan en cada momento. Ahora mi pierna –una parte de mi cuerpo- me impide esta libertad y ejerce sobre mí su dictadura, haciéndome sentir vulnerable y poco menos que nada.

ESTADOS DE ÁNIMO
(de Mario Benedetti)

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.

Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones

una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,

sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

lunes, 18 de abril de 2011

ESTOY AQUÍ!!




Por BETTY OREGGIA

A veces me pregunto, ¿cuántos años tiene mi alma? ¿Puede ser que el cuerpo tenga los años terrenos y el alma tenga otra edad? Es porque muchos días siento que soy una viejecita, casi de vuelta de todo, que mira la vida desde otro ángulo, como espectadora, y otras soy participativa de cada cosa, inquieta, vivaz, me gustaría volar, saber de cada rincón de la Tierra, no quisiera irme de aquí sin conocer más, más gente, compartir culturas, y también seres de otros planetas, ¡qué incógnita! Siento que no estamos solos en este universo sin fin, la maravilla de este planeta no puede ser la única, cuando cierro los ojos y trato de meditar las ideas me avasallan, las imágenes me obnubilan, Dios, el big bang,los ovnis, …..... todo me lleva a pensar que estuve aquí antes y en otros planetas, quizás, me regocijo en mis pensamientos, que me dicen volverás, cuando partas, en un tiempo volverás, y así esa viejecita, tu alma, será más sabia, más sagaz.

De pronto, un ruido conocido me hace abrir los ojos, ya es de día, me tengo que levantar, me miro al espejo, y.... no soy la persona que pensaba, aún soy joven, activa, con ganas de comerme el mundo, siento que algo dentro mío sonríe, como diciendo: ESTOY AQUÍ!!

miércoles, 30 de marzo de 2011

Compañera, hagamos un trato



“Cuando el amor llega así, de esta manera,
uno no tiene la culpa,
quererse no tiene horario
ni fecha en el calendario
cuando las caras se juntan”.


De esta manera, en su canción “Caballo Viejo”, ponía letra María Dolores Pradera al nacimiento del amor en cualquier momento, sin que la circunstancia de la edad representara en esta eclosión ningún tipo de traba. Ni horario ni fecha; sólo dos seres que confluyen en el camino.

Durante unos meses, compartieron –junto a los otros- un espacio común, pero no se conocieron. Ahora miran hacia atrás y aún no entienden exactamente qué es lo que ocurrió. Sin embargo, ocurrió. ¿Qué sucedió? ¿Qué o quién influyó en sus voluntades? Éstas, son nada más que dos de las muchas preguntas que en ocasiones aún se hacen, pero cuya respuesta apenas si les importa. Sucedió, ésta es la cuestión. Y al mirarse a los ojos, agradecen su suerte. Ella llena de vida. Él intentando resucitar. Eran como los dos territorios que se miraban en la distancia, una distancia relativa, pero que el mar se encargaba de hacer inmensa. Hasta que el mar –el mar de la vida- hizo el milagro, y unió los dos territorios. Entonces se conocieron, la península y la isla se convirtieron en un solo territorio. Ella le ofreció de aquella vida que rebosaba por todos sus poros. Él le ofreció su calma y sus anhelos de Paz. Y fueron dos mitades que se complementaron para poder caminar: él poesía; ella fábula, promesa, anhelo. De este modo comenzaron a contar el uno para el otro. Como escribió Mario Benedetti: contar, no hasta dos o hasta diez, sino contar, para saber a ciencia cierta, que pueden contar el uno para el otro. Así, tácitamente, establecieron un trato que los hace inmunes a cualquier tempestad: ambos cuentan con el otro y saben que esto no se sostiene con ligaduras de lluvia o de viento, sino de un sentimiento escaso, pero que aún queda de él, y que, quien lo posee y cuida recibe a cambio la certeza de un bien que puede ser vital.

Mario Benedetti escribió esta poesía ¿pensando en ellos?

HAGAMOS UN TRATO

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

viernes, 25 de febrero de 2011

Me gusta cuando callas



Los años nos cambian no sólo en lo físico. Cambia nuestros hábitos, nuestro modo de ser, nuestra forma de pensar. Pasamos, casi sin darnos cuenta, de caminar arrollando por la vida, a caminar con miedo de ser arrollados. En ocasiones nos consolamos pensando que somos más sabios, pero no es cierto. Hemos aprendido -a fuerza de golpes- lo justo, pero muy raramente aprendemos lo esencial. Sin embargo muchas veces, tal vez nuestra conciencia sí que ha sido capaz de descubrir el valor del silencio y del sosiego dentro de una sociedad que avanza desbocada hacia un rumbo incierto. Yo descubrí el silencio escuchando al mar en sus días de calma. Su voz entonces es un arrullo que invita a la Paz y al sosiego. Es como una nana cantada armoniosamente para gente mayor, con apetencias de esa Paz tan denostada alrededor de nuestra geografía. El mar en calma, creo que es la más clara representación de esa Paz. Pero también puede aparecer esta sensación –habría que decir más bien, esta certeza- caminando por las tortuosas sendas de la sierra, cuando nadie –o casi nadie- aparece por allí, y se escucha el canto de las perdices que se albergan cerca de los barrancos, o los pájaros que gorjean animadamente arropados por el follaje de los pinos o los eucaliptos. En realidad, allí donde la naturaleza habita y el hombre no la incordia, allí se escucha el sonido del silencio y se respira la Paz. En los inviernos de Santa Pola, todo esto es muy fácil de descubrir. Incluso en el mismo pueblo. Es cierto que los políticos, los comerciantes y los economistas, e incluso el mismo clero, opinarán que esto no es bueno, que un pueblo necesita actividad para crecer. Tal vez sea cierto. Seguro que lo es. Pero también es cierto que, después de sufrir la invasión del verano, nuestro cuerpo –el de algunos- agradece el silencio con que el invierno nos invita a reencontrarnos, a escuchar la voz de la mar, que quedó amortiguada por el estruendo de la masa, y a escuchar nuestra propia voz repetida por el eco deslizante de las olas. Habría que inventar un nuevo orden económico que permitiera compatibilizar ambas sensaciones: la actividad y el silencio. Tal vez, en este nuevo orden, los ricos fueran menos ricos. Pero también podría ser que nuestro caudal de razonamiento creciera proporcionalmente igual para todos, convirtiéndonos en un pueblo más sensato, capaces de oír y de gozar con el sonido del silencio. Con los sonidos de la Naturaleza. Con los sonidos de la Paz.
Pablo Neruda escribió “Me gustas cuando callas”, un poema en que agradecía el silencio –tal vez de su amada- porque él –el silencio- le permitía contemplarla, y llenarse y gozar de esa contemplación.

ME GUSTA CUANDO CALLAS

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

martes, 15 de febrero de 2011

Caña a la moto. Por muchos años.


Mira que en esto de la edad hay diferencias de apreciación. Una persona de veinte años, es mayor a los ojos de otra de cinco o seis. Al respecto de esto, tengo un recuerdo de mi madre: cuando hablábamos de personas de setenta u ochenta años, ella solía decir: “aún son jóvenes”. Mi madre tenía cien años. Ahora bien, lo realmente cierto es que se trata de una cuestión que en principio sólo atañe a cada sujeto de un modo particular y exclusivo. La vida, sin duda, es un compendio de etapas, y cada una de ellas tiene sus propias cualidades y sus propios problemas. El bienestar en una cualquiera de estas etapas, generalmente viene precedido por un trabajo bien realizado en la etapa anterior. Igual sucede al contrario. Y así, hasta que las pilas se agotan y el cargador deja de funcionar. Entonces llega “el acabose”, pero esto es otra historia que ahora no toca.

Mañana cumple años un amigo: cuarenta años; un número que ya empieza a ser considerable, qué duda cabe. Para mucha gente de “mente floja” éste es un número tabú que despierta infinidad de dudas y que muchas veces acaba en la depresión que se acostumbra a conocer con el nombre de “crisis de los cuarenta”. No acostumbro yo a comulgar con estos planteamientos, ni creo que él lo haga. Pienso, sin embargo, que es cierto que a esta edad pueden plantearse dudas, pero éstas no deben ser otras que las que plantea la propia responsabilidad. Ésta es una etapa de transición y de madurez. Seguramente habrá una distancia similar entre la adolescencia y los cuarenta y de estos con la vejez. En etapas anteriores se trabajaba para construir: un patrimonio, una familia, un trabajo estable. En ésta, aunque la construcción no ha terminado, forzosamente han de ir mostrándose resultados, y ahí pueden surgir las dudas: ¿En qué me he equivocado o me estoy equivocando? ¿Hago lo mejor para mi familia? ¿Estoy haciendo lo mejor para mí? Es necesaria mucha claridad de ideas para continuar avanzando con los menores tropiezos posibles. Es irrelevante el número de años, carece de importancia y no merece una mínima depresión el que esto suceda. Todo lo contrario: hay que celebrarlo, porque cada año que se cumple representa una muesca, una fecha en rojo en nuestro calendario vital, una oportunidad de estar vivos y de participar activamente en la organización de este espacio tan maravilloso que es el mundo que compartimos. Ahora bien, es bueno hacer balance, inventariar nuestros sueños, renovar nuestros propósitos, reforzar alguna parte que ha podido debilitarse en el camino y, apoyado en “la tribu”, seguir caminando con decisión.

Querido amigo que cumples cuarenta años: si miras hacia atrás serenamente, verás todo un río de cosas que te han sucedido y que te conciernen. Verás cómo –de los veinte a los cuarenta- ha cambiado tu vida. Verás que el tú se ha convertido cada vez más en el nosotros. Y que del río principal que compusisteis tu esposa y tú han derivado dos preciosos afluentes cuyo curso os esforzáis en guiar adecuadamente para que discurra sin tropiezos. Y verás que lo sucedido ha merecido la pena. Y que el tiempo pasado y el sacrificio asumido –porque siempre hay sacrificio importante- han dado un fruto valioso. ¿Y ahora, qué? Pues a continuar luchando, qué duda cabe. Dale caña a la moto a ver qué da esto de sí, y dentro de diez años, si te parece, hablamos otra vez del tema. Yo pienso estar aquí.

Felicidades, Jose. Y disculpa, si es posible, mi osadía por atreverme a vulnerar tu espacio. Es manía de viejos. Siempre sucede. Creemos que nuestra edad nos autoriza estas licencias. Por muchos años.

lunes, 14 de febrero de 2011

El fuego y la ceniza



Suele ocurrirnos habitualmente: unas veces somos fuego; otras, ceniza. Somos capaces, en ocasiones, de convencer, de admirar, de brillar con luz propia, de quemar incluso con nuestra fogosidad. Otras veces, sin embargo, ese fuego decrece hasta convertirse en ceniza y, entonces, nuestra personalidad sufre lo que entendemos –lo que la sociedad entiende- como el aguijón del fracaso. Y ya no somos nadie para ellos ni para nosotros mismos. Esto, sin embargo, entiendo que no es más que un espejismo. En ambas situaciones: un espejismo. Ni más ni menos. Tan falso es el oropel primero como la decadencia posterior. Visto como éxito o como fracaso no es más que una desviación de la mente humana, un interés de mercado que antes o después, por el simple avatar de la vida, va a quedar devaluado. Es un fuego que se apaga hasta quedar convertido en cenizas. Pero si aceptamos que esto no es totalmente cierto, veremos que entre las cenizas quedará siempre alguna brasa que, en ningún caso dejará de arder con poco que la alimentemos con un aliento de razón, de respeto, de confianza, de afecto.

Hago esta reflexión a propósito de la despedida de un compañero. Antonio Serrano Selva, a lo largo de su vida –y más concretamente en los años que lo conocemos- ha sido –es- fuego, tal vez un poco desmesurado. Pero sí, es fuego. Y esto no siempre ha gustado a todos, e incluso le ha llevado a cometer errores. Sin embargo, en su favor, hay que reconocer su lealtad, su entrega, su aportación al proyecto común que representa “Caminos”. Una aportación siempre positiva que dejaba entrever un alma de poeta asociada a un carácter de líder. Hace unos días, Antonio Serrano Selva, un poco –o un mucho- abrumado por los achaques, decidió abandonar el grupo. Su razón: no se sentía capaz de estar a la altura que él mismo se exigía. Una razón muy noble, sin lugar a dudas. Quienes le estimamos –entre los que me cuento- esperamos sin embargo que no se deje vencer; que la fuerza de la razón le haga ver que cada etapa de la vida representa lo que representa, y nada más. Que cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino diferente. Que debajo de esas cenizas, que él pretende acumular ahora, siguen brillando brasas incombustibles, que nada ni nadie conseguirán apagar, con poco que él se lo proponga. Que para avivar el fuego, cuenta con amigos que le aportamos nuestro aliento.

Cierro esta reflexión con un poema de Mario Benedetti. Estimado compañero Antonio Serrano Selva: ¡¡NO TE RINDAS!!

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros,
y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo.
Porque lo has querido y porque te quiero.
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron,
vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa,
ensayar un canto,
bajar la guardia y extender las manos.
Desplegar las alas
e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.
Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

martes, 1 de febrero de 2011

SOLEDADES



Al terminar su turno, a las 22:00 horas, Carmen se acercó a la habitación de Alberto. Al asomarse, vio a Matilde que yacía amodorrada en una butaca. En la cama, Alberto daba la impresión de encontrarse aletargado. Carmen entró de puntillas y se quedó mirándolo: parecía tranquilo. Comprobó que los goteros estaban en orden y salió sin percatarse de que, al darle la espalda, Alberto había abierto los ojos y la miraba en silencio, como si ella fuera la dormida y él temiera despertarla.
Cualquier reacción parecía una huida pero, ¿hacia dónde? Alberto creyó intuir en Carmen un suspiro liberador cuando le pareció que estaba dormido. Tampoco él pudo evitar el sentirse aliviado cuando la vio marchar. Sin embargo, había tanto de qué hablar. Y había tanto miedo a hacerlo, tantos convencionalismos, tantos prejuicios… Él había pedido a los médicos, al principio de su ingreso, que le revelaran la verdad de su situación. «Tiene los pulmones encharcados, es muy poco lo que podemos hacer, sólo esperar». «Esperar qué», preguntó él. «Tal vez un milagro... mientras hay vida...». Aquellas palabras le hicieron daño. Alberto había sido un luchador en el más amplio sentido de la palabra. Nunca predicó responsabilizando a Dios de los males del mundo ni instando a los humanos a que dejaran en las manos del Sumo Hacedor la solución a sus problemas. Los milagros estaban bien para explicar el sentido de lo, por otra parte, inexplicable, pero aplicarlos a los intereses particulares de cada uno, significaba a su juicio realizar una utilización egoísta de la palabra de Dios, y hasta ahí no pensaba llegar. Si el médico no le podía curar, si ya la ciencia le daba por desahuciado, ¿qué derecho tenía él a esperar una intervención divina? Intervención divina en la que, por otra parte, tampoco creía demasiado. En los últimos años la fe del padre Alberto había entrado peligrosamente en barrena, aunque ni él mismo se lo hubiera planteado. Siguió ejerciendo su ministerio como siempre, aunque más sujeto a planteamientos sociales que teológicos, buscando a Jesucristo en los hombres y mujeres que, de algún modo, luchaban por un mundo mejor. Su actitud se fue radicalizando y dejó de ver en las imágenes cualquier signo de divinidad. Aquellas imágenes vestidas y enjoyadas no podían tener ningún significado dentro de la iglesia de los pobres que preconizaban los evangelios. Aunque tampoco estos, con poco que se los estudiara, soportaban un mínimo análisis crítico. En el seminario le habían enseñado a distinguir entre lo demostrable y lo indemostrable, o sea, entre razón y fe. Todo cuanto a Dios se refería carecía de explicaciones lógicas y, para entenderlo, para asumirlo, había que recurrir a la fe. Esto es así porque así lo dijo Dios: evangelio tal, capítulo tal, versículo tal y tal. Así, las cosas en apariencia más trascendentes se iban trivializando y las explicaciones más controvertidas quedaban en manos de Dios. Lo que no puedo saber, lo creo. Donde no llega mi conocimiento pongo mi fe. Y sobre todo, no pienso. Porque pensar supone caer en la tentación del maligno. En estas ideas radicaba toda la fuerza que se le debería suponer a un hombre para transmitir a sus semejantes la palabra de Dios y dar testimonio de ella.

Este texto es sólo un trocito de algo más amplio que estoy escribiendo y que he titulado "Soledades". No sé por qué lo he publicado en el blog, tal vez la única razón sea que no me apetece calentarme la cabeza buscando otros temas. La fotografía la hicimos en Roma al final del verano pasado.

miércoles, 19 de enero de 2011

Soledades















Velocidad, competencia, consumo... poder... Dominio del fuerte sobre el más débil. Prepotencia, ignorancia, desamor, soledad... Guerras y conflictos. Insolidaridad y tiranía. Efectivamente, éstas son algunas de las claves mediante las que funciona el mundo en que vivimos, pero, aunque ni siquiera las enumeradas son todas, no seríamos justos si no reconociéramos que hay otras muchas, totalmente contrarias a éstas, que convierten el mundo en habitable, aunque sólo sea en momentos puntuales. Frente a la velocidad, está la pausa, la contemplación, el sosiego; frente a la competencia desmedida que genera ambición descontrolada, está la serenidad y la templanza; frente a los abusos de poder y la prepotencia, está el anhelo de una justicia en la que no siempre creemos, pero que en ocasiones funciona; frente a las guerras y conflictos entre pueblos y naciones, está el testimonio de muchas personas amantes de la Paz; frente a la ignorancia, el deseo de saber; el ansia de amar, frente al desamor; y ante la soledad... Bueno, ésta tal vez exija una reflexión más amplia.

Es cierto que en un mundo superpoblado como el que vivimos, más aún en nuestro entorno, la sensación de sentirnos solos, representa una amenaza constante que, en ocasiones, nos impide ser felices. Tal vez la soledad no sea el peor de los males que podamos imaginar para la sociedad en su conjunto, sin embargo, sobre cada ser individual, los efectos pueden ser devastadores. La soledad supone un espanto añadido sobre todos los espantos con los que convivimos. Y a veces, este espanto añadido, es por sí solo suficiente para desequilibrar nuestra mente, para hacernos sentir desgraciados, para impedirnos afrontar otros temas, tal vez vitales en la lucha diaria por ser medianamente felices. Yo distinguiría, sin embargo, dos tipos de soledad, tal vez ninguno de ellos apetecible, aunque sí diferentes:

a) La soledad impuesta por diversas circunstancias: sociales, por problemas físicos, por fallecimientos, por desamor y abandono... En cualquier caso, la soledad impuesta y nunca deseada, supone una losa que lastra la convivencia de quien la sufre. No existen paliativos aceptables para quien siente sobre sí el peso del desamparo, en cualquiera de sus facetas.
b) La soledad asumida como un mal menor con el que hay que convivir, por las circunstancias que sean, y que se la afronta con determinación, sufriendo las consecuencias, pero anteponiéndole a ellas una fuerte dosis de coraje que hacen que se diluya su poder destructor.

En cualquier caso, ninguna es buena. La diferencia es que mientras una destruye los sueños, la otra puede convertirse en soportable, si se la sabe manejar. El problema está en que todo depende, fundamentalmente, de uno mismo. Y no siempre queremos, o podemos, elegir. La mente humana no es uniforme. Cada persona formamos un universo, y cada universo es distinto. Por eso, para llenar “y dirigir” estos universos, se inventan las religiones. Ellas se nutren de nuestras incapacidades y de nuestros miedos. Si no existiese el egoísmo; si la solidaridad fuera una constante en nuestras vidas; si nos aceptáramos unos a otros sin discriminaciones; si la libertad y el respeto absolutos existieran; si aceptáramos que somos vulnerables, que nacemos vivimos y morimos y que no hay nada –que nada puede haber- después de la muerte, ¿qué sentido tendrían las religiones?

Es por eso que yo, obviándolas a ellas, siempre busco en los poetas –inventores de palabras- la palabra justa que elimine mis momentos de oscuridad, ya que, como todos, también yo los tengo. Rafael Alberti puso a su amor este canto de esperanza. Sólo son palabras, pero son tan hermosas que invitan a soñar que aún todo es posible, que perfectamente los años pueden no ser hojas, sino flores. Que hay algo más, que nos puede hacer felices, pero que está en nosotros, y sólo de nosotros lo podemos esperar.

SABES TANTO DE MI
(De Rafael Alberti)

Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.
No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la melancolía
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer, sin que llegara el día.
Y luego, amor, y luego ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores
sin fin y no cerrada al sol por ningún muro.
Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado sino siempre futuro.