miércoles, 7 de enero de 2009

Sueños

A veces me pregunto si es lícito tener sueños. O tal vez no sea ésta la cuestión. Puede ser lícito pero, ¿hasta que punto es normal? Invariablemente, siempre suelo responderme que no sólo es lícito y normal, sino que también es bueno. A mí me encanta soñar, imaginar paraisos, perderme por los caminos que sólo el amor transita, dejarme llevar por la poesía que encierra una imagen, una palabra, una ilusión... Soñar significa anhelar otra vida -tal vez imposible-, un mundo distinto. ¿Quién, siendo niño, no se ha sentido héroe, caballero o princesa? ¿Quién, a lomos de su imaginación, no ha viajado hasta lejanos planetas o reinos ignorados? ¿Quién no ha sido feliz, con sólo tener estos sueños y ser al menos una vez, protagonista en ellos? ¿Es, pues, soñar, sólo potestad de los niños? Yo creo que no. Y me afano en inventarme sueños nuevos cada día, mientras me siento despierto y vivo. Y miro, a lo lejos, la Isla Plana de Nueva Tabarca y la imagino poblada por corsarios y por seres mitológicos que nada tienen que ver con sus pacíficos moradores, pero que sirven para que mi imaginación pasee con las olas y escriba sobre ellas historias y leyendas de otros seres, de otros mundos. Como tantas otras cosas -los pinos de la sierra, las rocas en las que escriben historias el viento y la lluvia...- Tabarca me sirve para soñar. Sólo hay que mirarla a cualquier hora del día, para verla diferente cada vez. Cuando amanece, parece que el Sol durmiera en ella: se levanta pausado y simula devorarla. Luego, el contraluz la baña de plata y es como si la convirtiera en una nave, en un submarino emergente que navega vigilando la costa, mientras las gaviotas vuelan cerca de él, esperando que las alimente. ¿Quién viaja en ese barco? ¿Cómo impedir que mi imaginación se invente unos tripulantes y una misión secreta? Una misión de Paz. Como no podría ser de otra manera. Porque sólo Paz puede nacer de una imagen tan hermosa.

TABARCA

He caminado sobre la fina arena
buscando el beso de las azules aguas
y entre nieblas y nubes de bonanza
te vi en la lejanía...

-¿Quién eres?- grité mirando al viento.
Y las olas me trajeron tu respuesta,
envuelta en las espumas
cuajadas por mil vidas que allí tienen su hogar:

-¡Soy Tabarca, Tabarca, Tabarcaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca gaviota que navega
sin que mi quilla hiera
a las aguas que me dan lecho y vida.
Tabarca: monte, playa, mar y cielo.
Tabarca: Sol y Luna, estrellas, viento y mar.
Así soy yo, así es mi vida, así es mi hogar...

Hogar de marineros que trabajan
hurgando entre las aguas que me acogen
para que ellas den sustento a sus vidas.
Hogar de gaviotas viajeras
que vuelan altaneras
y dan fiel compañía al pescador.
Así soy yo...
¡Tabarca! ¡Tabarca! Tabarcaaaaaaaa!

Cogí tu voz lejana con la brisa
y la saqué de la mar,
más seguí oyéndola corriendo por la arena
y redoblando en la ruda roca
que forma la pared del malecón.

-¡Soy Tabarca! ¡Tabarca! ¡Tabarcaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca humilde.
Tabarca altanera,
porque ni la mar más fiera
ha conseguido mi temple alterar.
Tabarca de la mar
pues en la mar vivo,
en ella navego
y a su amor me entrego
con toda la pasión que da un amante.
¿Quién soy yo sin la mar?
Ella me abriga, me mece y me golpea.
Ella es mi amiga, mi ser y mi dolor.
Ella es tan mía, igual que yo soy de ella.
Tabarca de la mar, que me hace bella,
me otorga su color y me da vida.

Y así, tu voz seguía corriendo por la playa
en la suave mañana del estío.
Mas llegó la tormenta, súbitamente,
y un viento huracanado, golpeando mi frente,
volvió a gritar tu nombre: ¡Tabarcaaaaaa!
Y entre sus voces, como un lejano eco,
llegó otra vez tu voz a mí:

-¡Yo soy Tabarca! ¡Tabarca! ¡Tabarcaaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca monte y Sol,
Luna y estrellas.
Tabarca tempestad.
¡Tabarca de la mar!

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