¡Qué
abismo entre el olivo
y
el hombre se descubre!
(Miguel Hernández. Canción Primera)
Nació pastor. ¿Nació poeta? Tal vez
ambas cosas, si es que, cuando nacemos, lo hacemos con un certificado de
aptitudes. En cualquier caso, Miguel Hernández, ya desde niño, comenzó siendo
pastor y sintiéndose poeta. Alto soy de
mirar a las palmeras, / rudo de convivir con las montañas… Quiero imaginar
que es posible que el contacto con la naturaleza, le aportara una dosis
importante de sensibilidad que, luego –o al mismo tiempo- le ayudó a
desarrollar sus cualidades poéticas.
La vida de Miguel fue corta, excesivamente
corta, dramáticamente corta, injustamente corta… Pero el camino recorrido, sin embargo,
fue largo, intenso, vivido a borbotones para que diera tiempo a saborear cada
suspiro. Su biografía quedó escrita en verso. Cada frase de sus poemas es un pasaje
de su vida. Para entenderle no es necesario leer grandes volúmenes: basta con
seguir sus versos y ver en ellos los paisajes, los amores, las alegrías, los
inmensos sufrimientos… la vida… hasta la amargura final.
El pastor dejó el rebaño y sus paisajes
de Orihuela para potenciar su poesía en Madrid, donde intuía que podía
encontrar apoyos. No fue fácil el camino. Primeramente regresó desilusionado,
afirmándose en la aldea: Lo que tenga que
venir, aquí lo espero, / cultivando el romero y la pobreza… Pero prevaleció
la fuerza de su carácter, y regresó y luchó hasta conseguir unir su nombre a
los de la generación más gloriosa de la poesía española, la conocida como Generación
del 27. Prevalecía en Miguel Hernández la fuerza de un rayo, que le otorgaba
vigor y confianza y una innata facultad creativa: Este rayo ni cesa ni se agota: / de mí mismo tomó su procedencia / y
ejercita en mí mismo sus furores… Sin esa facultad creativa que alimentaba
el rayo, no podría aceptarse la existencia de una obra tan extensa realizada en
una vida tan corta y llena de desgracias.
La vida alejó a Miguel de las
palmeras y los limoneros, y lo orientó hacia el camino de los olivos. Los
avatares de la guerra llevaron al poeta pastor hasta Andalucía y condujeron su
poesía hacia símbolos allí establecidos, pero que la propia naturaleza le
brindaba. Nieto del ruiseñor y de la
oliva –dijo de Federico García Lorca. Y a las andaluzas les dijo: Parid y llevad ligeras / hijos a los
batallones, / aceituna a las trincheras / y pólvora a los cañones.
En estos poemas hablaba del fruto
del olivo, pero fue en Jaén donde el árbol se convirtió en protagonista, en el
actor principal de una contienda en la que, quienes le cuidaban, no eran sus
dueños, sino los más represaliados, los más pobres, a los que era necesario
concienciar ante una relación de manifiesta injusticia: Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién,
/ quién levantó los olivos? Se trataba de una pregunta retórica dirigida,
no a los grandes terratenientes que seguramente ni siquiera vivían allí, sino a
las personas del pueblo llano que regaban la tierra con su sudor: No los levantó la nada, / ni el dinero, ni
el señor, / sino la tierra callada, / el trabajo y el sudor. Junto con las
otras fuerzas de la naturaleza: Unidos al
agua pura / y a los planetas unidos, / los tres dieron la hermosura / de los
troncos retorcidos. El agua, el Sol y el trabajo del hombre hicieron el
milagro que Miguel Hernández convirtió en poema y que hoy ha sido justamente elevado
a la categoría de himno.
Es éste un poema en donde se
establece una conversación vibrante entre los protagonistas: los hombres, el
árbol y el poeta: Levántate, olivo cano,
/ dijeron al pie del viento. / Y el olivo alzó una mano / poderosa de cimiento.
A lo largo del poema la conversación sigue, concienciando a los dos
principales actores: hombre y árbol, de su propia importancia, incitándoles a
la rebelión necesaria para que su dignidad fuera reconocida: Jaén, levántate brava, / sobre tus piedras
lunares, / no vayas a ser esclava / con todos tus olivares. Finalmente se
aspira a un premio. Es la utopía que mueve a los hombres de bien a entregarse
por ella. Vivir por ella. Por ella morir, si es preciso: la Libertad. Dentro de la claridad / del aceite y sus
aromas, / indican tu libertad / la libertad de tus lomas.
Éste fue uno de los itinerarios más
significativos que ilustraron la vida del poeta pastor. Su calvario no terminó
al acabar su vida, desgraciadamente aún sigue. Su legado sufrió el escarnio del
desprecio en el lugar donde su familia lo había depositado. Suerte que llegó
Jaén y lo supo recuperar, para bien de todos los que aman la poesía. Andaluces
de Jaén: un himno para la historia. Un alegato a la dignidad. Un merecido
reconocimiento al poeta pastor que apostó su vida por una utopía. Miguel
Hernández murió, pero su ingente obra nos enseña que la utopía sigue siendo
posible. Jaén es el ejemplo.
(/Publicado en el libro "Escritores Aceituneros". Instituto de Estudios Gienenses. Diputación de Jaén. 2015).
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