martes, 1 de febrero de 2011

SOLEDADES



Al terminar su turno, a las 22:00 horas, Carmen se acercó a la habitación de Alberto. Al asomarse, vio a Matilde que yacía amodorrada en una butaca. En la cama, Alberto daba la impresión de encontrarse aletargado. Carmen entró de puntillas y se quedó mirándolo: parecía tranquilo. Comprobó que los goteros estaban en orden y salió sin percatarse de que, al darle la espalda, Alberto había abierto los ojos y la miraba en silencio, como si ella fuera la dormida y él temiera despertarla.
Cualquier reacción parecía una huida pero, ¿hacia dónde? Alberto creyó intuir en Carmen un suspiro liberador cuando le pareció que estaba dormido. Tampoco él pudo evitar el sentirse aliviado cuando la vio marchar. Sin embargo, había tanto de qué hablar. Y había tanto miedo a hacerlo, tantos convencionalismos, tantos prejuicios… Él había pedido a los médicos, al principio de su ingreso, que le revelaran la verdad de su situación. «Tiene los pulmones encharcados, es muy poco lo que podemos hacer, sólo esperar». «Esperar qué», preguntó él. «Tal vez un milagro... mientras hay vida...». Aquellas palabras le hicieron daño. Alberto había sido un luchador en el más amplio sentido de la palabra. Nunca predicó responsabilizando a Dios de los males del mundo ni instando a los humanos a que dejaran en las manos del Sumo Hacedor la solución a sus problemas. Los milagros estaban bien para explicar el sentido de lo, por otra parte, inexplicable, pero aplicarlos a los intereses particulares de cada uno, significaba a su juicio realizar una utilización egoísta de la palabra de Dios, y hasta ahí no pensaba llegar. Si el médico no le podía curar, si ya la ciencia le daba por desahuciado, ¿qué derecho tenía él a esperar una intervención divina? Intervención divina en la que, por otra parte, tampoco creía demasiado. En los últimos años la fe del padre Alberto había entrado peligrosamente en barrena, aunque ni él mismo se lo hubiera planteado. Siguió ejerciendo su ministerio como siempre, aunque más sujeto a planteamientos sociales que teológicos, buscando a Jesucristo en los hombres y mujeres que, de algún modo, luchaban por un mundo mejor. Su actitud se fue radicalizando y dejó de ver en las imágenes cualquier signo de divinidad. Aquellas imágenes vestidas y enjoyadas no podían tener ningún significado dentro de la iglesia de los pobres que preconizaban los evangelios. Aunque tampoco estos, con poco que se los estudiara, soportaban un mínimo análisis crítico. En el seminario le habían enseñado a distinguir entre lo demostrable y lo indemostrable, o sea, entre razón y fe. Todo cuanto a Dios se refería carecía de explicaciones lógicas y, para entenderlo, para asumirlo, había que recurrir a la fe. Esto es así porque así lo dijo Dios: evangelio tal, capítulo tal, versículo tal y tal. Así, las cosas en apariencia más trascendentes se iban trivializando y las explicaciones más controvertidas quedaban en manos de Dios. Lo que no puedo saber, lo creo. Donde no llega mi conocimiento pongo mi fe. Y sobre todo, no pienso. Porque pensar supone caer en la tentación del maligno. En estas ideas radicaba toda la fuerza que se le debería suponer a un hombre para transmitir a sus semejantes la palabra de Dios y dar testimonio de ella.

Este texto es sólo un trocito de algo más amplio que estoy escribiendo y que he titulado "Soledades". No sé por qué lo he publicado en el blog, tal vez la única razón sea que no me apetece calentarme la cabeza buscando otros temas. La fotografía la hicimos en Roma al final del verano pasado.

3 comentarios:

Gabriela Amorós dijo...

Qué grata sorpresa al ver que has decidido compartir un fragmento de Soledades. Me ha gustado mucho el texto... y es un tema interesante...

Anónimo dijo...

QUÉ DIFÍCIL ÉS TANCAR EL PENSAMENT AMB UNA CLAU QUE S'ANOMENA "FE".
JO AL MENYS, ENCARA NO LA HE TROBADA. M'AGRADAD MOLT EL QUE HAS ESCRIT,AMIC.

pp@dsuar dijo...

Gràcies, a les dues, per haver emprat el vostre temps amb mi. La soletat i la fe, barrejades, poden al·lienar la ment dels humans. De fet, em penso, que la fe, tal i com la entenem, és un invent maquiavèlic per a dur a les persones, com un ramat, pels incerts camins del "Senyor".